ARJÉ

El objetivo de este blog es proporcionar recursos sobre Historia de España. Arjé, su título, es un término de origen griego que significa origen. Buscar, comprender el origen y la naturaleza de los fenómenos sociales, es el gran cometido de la Historia. La imagen, pintura de Goya llamada Duelo a garrotazos, ilustra el mundo rural y las luchas fratricidas que han dominado gran parte de la Historia Contemporánea de España.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Un día de cólera, fragmentos

Fragmentos del libro Un día de cólera.
Palacio de Oriente. Junta de Gobierno
«—¿Y con qué fuerzas quiere usted contener a la gente en Madrid?... Demasiado es que los soldados no se unan al populacho.
El ministro de la Guerra levanta un dedo admonitorio, marcial, y ensarta en él un aro de humo habanero.
—Me hago responsable, descuiden. Les recuerdo que toda la tropa está acuartelada con órdenes estrictas. Y sin munición, como saben.
—Entonces, ¿cómo pretende que contengan al pueblo? —se interesa, guasón, Gil de Lemus—. ¿A bofetadas?».
Página 33

Plaza de Palacio

«Arrebatar al infantito, último de la familia que, con su tío don Antonio, queda en España, es crimen de lesa patria. De modo que, junto al carruaje vacío que aguarda frente a la puerta del Príncipe, que tan mala espina le da, el humilde cerrajero, espontáneo adalid de la monarquía española, decide impedirlo, aunque sea él solo y con las manos desnudas —ni siquiera lleva navaja, pues su mujer, con mucho sentido común, se la ha quitado antes de salir—, mientras le quede una gota de sangre en las venas.
Así que, sin pensarlo dos veces, Blas Molina traga saliva, se aclara la garganta, da unos pasos hacia el centro de la plaza y empieza a gritar «¡Traición! ¡Se llevan al infante! ¡Traición!», con toda la fuerza de sus pulmones».
Páginas 58 y 69

Palacio Grimaldi

«—Quiero a los marinos de la Guardia protegiendo esta casa, y a mis cazadores vascos en Santo Domingo. Usted, Friederichs, asegure con sus dos batallones de granaderos y fusileros la plaza de Palacio y la entrada a la Almudena y la Platería... Que la tropa tire sin compasión. Sin perdonar la vida de nadie, sea cual sea la edad o el sexo. ¿Está claro?... De nadie.
Sobre un plano de Madrid extendido en la mesa —español, aprecia el joven Marbot, levantado hace veintitrés años por Tomás López—, Murat repite sus órdenes a los recién llegados. El dispositivo, previsto hace días, consiste en traer a la ciudad a los veinte mil hombres acampados en las afueras; y con los diez mil que ya hay dentro, tomar todas las grandes avenidas y controlar las principales plazas y puntos clave, para evitar el movimiento y las comunicaciones entre un barrio y otro».
Páginas 88 y 89

Puerta del Sol

«A su alrededor, espantado, el presbítero escucha el clac, clac, clac, de innumerables navajas que se abren. Cachicuernas albaceteñas de siete muelles, con hojas de entre uno y dos palmos de longitud, que los hombres sacan de las fajas, de los bolsillos, de bajo los capotes y las chaquetas, y con ellas en las manos se lanzan ciegos, gritando encolerizados, al encuentro de los jinetes que avanzan.
—¡Viva España y viva el rey!... ¡A ellos!... ¡A ellos!
El choque es brutal, de un salvajismo nunca visto. Tan ebrios de ira que algunos ni se preocupan por su seguridad personal, los madrileños se meten entre las patas de los caballos, se agarran a las bridas y se cuelgan de las sillas, apuñalando a los mamelucos en las piernas, en el vientre, destripando a los caballos que caen patas al aire coceando sus propias entrañas.
—¡A ellos!... ¡Que no quede moro vivo!»

Mujeres en el combate

«La maja —lo sabrán más tarde los artilleros— se llama Ramona García Sánchez, tiene treinta y cuatro años y vive en la cercana calle de San Gregorio. Al poco rato la releva un artillero. No es la única que en este momento participa en el combate. La inquilina del número 11 de la calle de San José, Clara del Rey y Calvo, de cuarenta y siete años, ayuda al teniente Arango y al artillero Sebastián Blanco a cargar y apuntar uno de los cañones, en compañía de su marido, Juan González, y sus tres hijos. Otras mujeres traen cartuchos, vino o agua para los que pelean. Entre ellas está la joven de diecisiete años Benita Pastrana, vecina del barrio, que salió a la calle al saber herido a su novio Francisco Sánchez Rodríguez, cerrajero de la plazuela del Gato.
También combaten la malagueña Juana García, de cincuenta años; la vecina de la calle de la Magdalena Francisca Olivares Muñoz; Juana Calderón, que tumbada en un zaguán carga y pasa fusiles a su marido José Beguí; y una muchachita quinceañera que cruza a menudo la calle sin inmutarse por las descargas francesas, llevando en el delantal munición para su padre y el grupo de paisanos que disparan contra los franceses desde el huerto de las Maravillas, hasta que en una descarga cerrada cae muerta por una bala. El nombre de esta joven nunca llegará a saberse con certeza, aunque algunos testigos y vecinos afirman que se llama Manolita Malasaña».
Páginas 221 y 222

Monteleón

«Sólo queda, por tanto, rendirse o morir matando. Y antes que verse ante un pelotón de ejecución —de eso no lo libra nadie, si lo cogen vivo—, Daoiz es partidario de acabar allí, de pie y sable en mano. Cual debe hacer, a tales alturas, un hombre que, como él, no está dispuesto a levantarse la tapa de los sesos de un pistoletazo. Antes prefiere levantársela a cuantos franceses pueda. Por eso, desentendiéndose del mundo y de todo, el capitán afirma los pies y se dispone a bajar el sable, gritar «fuego» para la descarga de los cañones —si al menos tuvieran metralla, se lamenta por enésima vez—
y luego usar ese sable para vender su vida al mayor precio en que su coraje y desesperación puedan tasarla. Por un instante, su mirada encuentra los ojos enfebrecidos de Pedro Velarde, que amartilla una pistola y la dispara contra los franceses, sin dejar de dar voces y empujones para contener a los que, ante la cercanía de aquéllos, chaquetean y pretenden echarse atrás. Maldito y querido loco de atar, piensa. Hasta aquí nos han traído tu patriotismo y el mío, dignos de una España mejor que esta otra, triste, infeliz, capaz de hacernos envidiar a los mismos franceses que nos esclavizan y nos matan».
Páginas 268 y 269

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